ENTRE LAS SÁBANAS: El SUEÑO Y TU DESEO SEXUAL

Todos necesitamos una hora designada para acostarnos. Yo estoy casada con cuatro hijos y tengo una hora designada para acostarme. Me acuesto a las 10 en punto cada noche.

¿Por qué?

Porque me conozco y sé lo que necesito. Cuando me aseguro de cuidar de mí y de conseguir lo que necesito, mi vida se siente más sencilla.

Después de tener a mi segundo hijo, estaba batallando mucho con mis emociones y me sentía abrumada por completo. Le comenté a mi pediatra lo que estaba sucediendo, y ella me miró directo a los ojos y dijo, “Bueno, parece que tienes depresión postparto.” Tan pronto esas palabras salieron por su boca, mis ojos se me llenaron de lágrimas. Sabía que estaba en lo correcto.

Sabía que necesitaba ayuda, así que agendé una cita con una consejera cristiana que me recomendó una amiga mía. Después de hacerme algunas preguntas, ella me confirmó que en efecto tenía depresión postparto. En realidad, tenía trece de los catorce síntomas que ella enumeró. A pesar de estar sorprendida, me sentía libre porque alguien por fin sabía lo que estaba pasando y podía ayudarme. Emocionada, me senté a la orilla de mi asiento, lista para hacer lo que fuera que ella me dijera. Me sorprendió que lo primero que me dijo fue:

“VE A CASA Y TEN TRES NOCHES SEGUIDAS DE BUEN SUEÑO. LUEGO DE ESO, HABLAMOS.”

Esta no era la respuesta que yo esperaba, pero ella continuó diciendo, “Haz lo que tengas que hacer. Involucra a tu esposo, involucra a tus padres, solo haz lo que sea necesario. Duerme ocho horas por noche durante tres noches seguidas, y entonces hablamos.”

Seguí su consejo y me aseguré de tener tres noches seguidas de buen sueño y, ¿sabes qué? Hizo una enorme diferencia. Ahí fue cuando aprendí lo importante que es dormir para el cuerpo.

Si no duermes, obstaculizas tu habilidad de tomar decisiones saludables. Es por esta razón que algunos de nosotros estamos fuera de control sexualmente. Cuando ya es tarde, estamos cansados y buscamos una manera de liberar estrés y sentirnos cómodos. Es ahí donde recurrimos a la pornografía o a la masturbación. Ellas proveen a nuestro cuerpo el placer y la comodidad que estábamos buscando, al igual que nos dan un sentido de paz y seguridad. El problema es que la pornografía y la masturbación no satisfacen nuestra verdadera necesidad de descanso, seguridad y comodidad. Son una solución a corto plazo, con terribles efectos secundarios como: vergüenza, culpa, desconexión e incluso adicción.

Si estás luchando con tu deseo sexual, puede que la respuesta no sea orar más, ayunar más, o solo “esforzarte más”. No me malinterpretes, si no estás orando y conectando con el Señor en lo absoluto, eso tampoco está bien. No obstante, puede que en algunos casos, la respuesta sea solo dormir más. Si al final del día o durante la madrugada, te encuentras luchando con tu deseo sexual, tal vez la mejor decisión sea irte a dormir. La Biblia dice que Sus misericordias son nuevas cada mañana (Lamentaciones 3: 22-23), así que, tal vez no lo estés haciendo tan mal como crees; puede que solo se te hayan agotado las misericordias por ese día. Duerme bien y despierta con una nueva esperanza y perspectiva.

Si dormir no es la respuesta, tal vez podría serlo una dieta más sana, más ejercicio, o hasta ver una película chistosa, para conseguir que esas endorfinas sean liberadas. Puede que solo necesites un poco de tiempo para recargar. Si estás luchando con tu deseo sexual, hazte un chequeo físico. Pregúntate: ¿Estoy comiendo bien? ¿Estoy tomando suficiente agua? ¿Estoy tomando suficiente sol? ¿Estoy durmiendo lo suficiente (y de forma profunda)? ¿Estoy recibiendo suficiente contacto físico saludable? El contacto físico sano y cercano con otros seres humanos es igualmente una necesidad. Quizás esto no sea la raíz de tus problemas, pero es un buen lugar para comenzar tu chequeo. Tal vez te tome un poco de tiempo aprender cuáles son todas tus necesidades. Todos somos diferentes. Pero, cuando te das cuenta de qué es lo que necesitas para poder triunfar, es bueno luchar por ello. Jesús pagó un alto precio por ti. Vale la pena cuidar de tu espíritu, alma y cuerpo.