TODAS LAS MANERAS EN LAS QUE ERES HERMOSA.
«Andrea, ¿cuánto pesas? Porque fuiste la persona más pesada que tuve que subir en la balsa, por mucho». Sus palabras cruzaron el autobús y me golpearon directamente en la cara. Yo estaba en mi viaje de último año en secundaria, en un autobús con todos mis compañeros de clase, de regreso a casa tras hacer rafting. Mi grupo había estado jugando un juego en el que nos poníamos al borde de la balsa e intentábamos mantenernos ahí, durante una de las secciones más suaves del río. Cuando nos caíamos, dos chicos fuertes, exjugadores de fútbol, nos ayudarían a subir de nuevo a la balsa. Uno de ellos decidió compartir esta observación frente a todos en el camino de vuelta a casa.
Oí a algunos de los chicos a su alrededor decirle algunas cosas. Normalmente era buena para responder con sarcasmo, pero esta vez sus palabras me tomaron desprevenida, así que me senté en mi asiento hasta que mi amiga de al lado me dijo: «No le hagas caso. Solo está siendo un idiota.»
Lo que me molestaba es que incluso antes de ese comentario, yo sabía que yo era saludable. Había corrido a campo traviesa, jugaba fútbol y acababa de terminar mi última temporada de atletismo ese año como una de las mejores corredoras de media distancia. Mi cuerpo no iba a ponerse más en forma que esto. Pero al medir 1.8m, pesaba más que mis amigos más pequeños y, a menos que muriera de hambre y tal vez perdiera algunos músculos, no había mucho que pudiera hacer al respecto. No pude evitar pensar que había algo mal en mi cuerpo, a pesar de que yo era saludable. Nunca iba a encajar con el estándar de belleza que había visto en todas las revistas y películas.
En la universidad, gané satisfactoriamente los 7kg que se dice que se aumentan en primer año, porque no entrenaba tan intensamente. Seguía yendo al gimnasio con bastante regularidad y trataba de comer saludable, pero mi cuerpo se convirtió en algo que más o menos toleraba. Parecía como si estuviéramos en desacuerdo la mayor parte del tiempo.
Años después, comencé la escuela ministerial y ese fue el primer año de un proceso de 3 años en el que aprendí a amarme a mí misma y a mi cuerpo incondicionalmente. Suena como un hermoso viaje, pero estuvo lleno de mocos y lágrimas que quedaban en el suelo del santuario o de mi habitación cuando estaba hablando con Dios. Él trajo a mi mente mentiras en las que yo creía, heridas pasadas, palabras que las personas habían dicho sobre mí y otras que yo había dicho sobre mí misma. Básicamente, lloraba todo y trataba de dejar que la verdad de Su Palabra inundara esos lugares que estaban vacíos. Poco a poco comencé a romper con el estándar injusto al que me estaba sometiendo.
En este viaje para aceptar mi cuerpo, que no fue un éxito de la noche a la mañana, tuve que dejar de lado quien pensaba que debía ser y como pensaba que debía lucir. Tuve que dejar ir todo guion que la cultura ha utilizado para definir la «belleza ideal». Tuve que dejar ir la imagen en mi cabeza de lo que creía que los chicos querían y tuve que aceptar todas las partes de mí misma que no podía cambiar. No ayudaba en nada estar en una guerra con mi cuerpo. Mis caderas iban a seguirme el resto de mi vida, y mi altura no se iría a ninguna parte. Era hora de hacer las paces con ellos.
Esto puede sonar raro si nunca has hecho algo como esto, pero otra cosa que hice fue pedirle perdón a mi cuerpo. Le dije a mi cuerpo que lo sentía por no amarlo incondicionalmente y por querer que fuera otra cosa. Puse mi mano sobre mi cabeza y bendije mi altura. Agradecí a Dios por las cualidades únicas que me dio, que nadie más tiene por la forma en que fui hecha. Le dije a Dios, incluso cuando no lo creía, «La forma en que me hiciste es buena».
También empecé a notar algo sobre las mujeres que me rodeaban y que me parecían realmente hermosas. Me di cuenta de que no parecían supermodelos, sino que estaban felices con quienes eran. No intentaban ser nadie más. Estaban en paz consigo mismas y, como se gustaban ellas, otras personas también lo veían. La belleza del mundo interior que habían cultivado y albergado atrajo a otras personas.
La verdad es que la belleza se ve de un millón de maneras diferentes. He visto belleza en todas las arrugas que cubren la cara en una abuela cuando le sonríe a sus nietos. He visto belleza en una madre cuyo cuerpo cambiante está haciendo espacio para una nueva vida. He visto la belleza aparecer en muchas curvas y líneas. He visto belleza en piel oscura y piel clara y también en caras cubiertas de pecas. La he visto en rizos salvajes y en mechones lisos y rectos, y la he visto aparecer en momentos en que las fotografías o los videos nunca podrían hacer justicia.
Dios no limita la belleza a un pequeño grupo de personas, como la sociedad tan a menudo lo hace. Él no se detiene en la forma en que Él crea para que todos quepamos en un determinado molde. Dios ha escogido revelarse a Sí Mismo a través de ti de una manera que es completamente diferente a la de cualquier otra persona. Tú eres el único que puede despertar y empezar el día siendo ser quien eres. No escuches las mentiras que vienen de otras personas o del enemigo. No dejes que las personas te pongan límites que Dios no pone. Rodéate de personas, mensajes y medios de comunicación que no te permitan olvidarlo.