SI REALMENTE ME CONOCIERAS

Antes, había un viejo programa de televisión llamado "Si realmente me conocieras". El concepto era entender que en verdad hay mucho más en nosotros de lo que la gente puede ver o saber desde el exterior, o conocer a través de relaciones superficiales.

Ellos usaban el ejemplo del témpano de hielo, que sobre la superficie del agua parece tan gigantesco, sin embargo, no nos damos cuenta de que bajo el nivel del agua hay mucho más. En promedio, solo vemos el diez por ciento de un témpano de hielo, hay un noventa por ciento que no podemos ver.

En este reality show hacían un círculo con los estudiantes de secundaria, y les pedían que se abrieran y "redujeran el nivel del agua" para que los demás pudieran conocer más sobre ellos. A veces, hubo simples momentos compartidos acerca del vecindario donde vivían, el tipo de familia que tenían, el disgusto sobre cierto tipo de comida o música, cosas que en realidad solo eran datos familiares o preferencias personales. Tomaba un tiempo para que el hielo se rompiera, las máscaras cayeran, y las personas se sintieran tan valientes como para ser vulnerables y compartir sus "más oscuros" miedos, errores, decisiones e historias.

Creo que la vergüenza crece en la oscuridad. Nos cuestionamos a nosotros mismos: "Si de verdad me conocieran... ¿qué pasaría?". Las cosas que pensamos que nadie podría perdonar, dejar pasar o superar, nos causan tanto miedo, que preferimos esconderlas. Mientras la vergüenza crece en lo oculto, se adueña de nuestros pensamientos, nuestra identidad, o simplemente la enterramos tan profundamente que la negamos por completo.

Permitimos que estos momentos y escenarios nos definan y dicten nuestras vidas. Nos sentimos atrapados y terminamos enterrando esos momentos, diciéndonos cosas como, "me llevaré esto a la tumba". Lo que no nos damos cuenta es que algo dentro de nosotros está enterrado vivo. Nos sentimos tan cómodos con saber que lo tenemos oculto, que nos da miedo traerlo a la luz y no saber qué pasará. Esto provoca que pongamos en duda cada cosa, como el amor incondicional, el perdón y nuestra confianza en los demás. Empezamos a aislar en la oscuridad las cosas que más necesitan ser traídas a la luz y verdad. Las mentiras crecen en lo oculto, y los miedos se agravan ahí.

Una vez que la vergüenza, las mentiras y el miedo crecen, empezamos a apropiarnos silenciosamente de ellos. No podemos descifrar la diferencia entre nuestra voz y la de ellos.

La vergüenza nos priva de experimentar libertad y amor. La vergüenza nos hace creer que somos un error, en lugar de simplemente ver que cometimos un error. Si nos hicieron algo horrible, ahora la vergüenza nos dice que nuestra identidad está basada en ese abuso.

A menudo, cuando somos abusados, empezamos a creer que es más fácil ocultar o mantener en silencio el desastre en nuestro interior, que el trabajo que costará limpiarlo y exponerlo. Sin embargo, la luz no nos abusa, en cambio, nos sana.

Recuerdo vívidamente la primera vez en mi vida, que confesé a viva voz algunos de mis momentos más vergonzosos a una mentora. En este punto de mi fe, estaba segura de que fui perdonada y entendía el poder de la cruz. Creía la verdad que Él remueve nuestro pecado tan lejos como está el este del oeste, pero hubo momentos que me sentí burlada. Era la misma mentira que exponían en la serie de televisión.

¿Qué pasaría si de verdad me conocieran, si supieran lo que he hecho? Sentía que esos momentos sin confesar simplemente estaban vivos en la oscuridad.

Lo que estaba oculto, me perseguía. Comparo la oscuridad con el patio de juegos del enemigo (como mamá de cuatro pequeños, en estos días estoy muy familiarizada con los patios de juegos). Es como si el enemigo pudiera mecerte en el columpio del silencio, convenciéndote que el silencio es tu amigo. Te dice que la pared de escalar hacia la libertad es imposible de subir y que estás por tu cuenta. Puedes escuchar el sube y baja chillar mientras él juega con tus emociones, diciéndote "es tu culpa" o "no es tu culpa". Él nos empuja por el tobogán de la depresión, convenciéndonos que siempre será de esta forma. En ese momento, era como si todos mis recuerdos de momentos en los asientos traseros, en la oscuridad de los cines, y entre las sábanas daban vueltas en mi mente constantemente, burlándose de mí de vez en cuando.

Hasta que leí un libro que me enseñó el poder de la confesión y de renunciar a mis decisiones y elecciones que fueron hechas en la oscuridad. Puse el libro a un lado y llamé a mi mentora, era la una de la madrugada y yo estaba sentada en su sofá color vino, cerca de la ventana. Le empecé a contar cada momento oculto y de borrachera que podía recordar. Sentí como el poder de la oscuridad era superado por la luz en un instante. El peso del "qué pasaría" se quitó rápidamente. No solamente entonces conocí el perdón, sino empecé a saborear la libertad. La libertad de no tener ninguna mentira burlándose de mí.

No hubo más momentos de "si realmente me conocieran", ni descensos en espiral. Santiago 5:16 dice: "Confiésense los pecados unos a otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos.”.

Años después de este momento, recordé algo que había dejado sin confesar. No era una acción personal que necesariamente requería confesarse, pero fue un momento oscuro que se había afianzado como parte de mi identidad. Cuando era estudiante de secundaria, me di cuenta de que mi nombre había sido escrito en el baño de los chicos, con una sucia mentira acerca de mí. Estaba tan avergonzada, tan abochornada, que decidí que esconder este momento y no contárselo a nadie.

Sin embargo, Dios es un excelente Padre y Él es bueno. Él me trajo ese recuerdo otra vez en un momento especial, en una forma que silenció al acusador para siempre sobre el tema. Él me dijo una noche "Tu nombre fue escrito en el baño de los chicos, pero ahora está escrito en mis manos", (Isaías 49:16). Ese fue otro momento libertador que rompió con la vergüenza.

Ahora amo contar mi historia a todo el mundo y declarar esta simple verdad que experimenté de primera mano. Ninguna reputación está por encima de la redención.