LA BOLSA

The-Bag.jpg

PRESIÓN Y PROTECCIÓN

 

Me senté en la sala de estar de un amigo mientras miraba el videojuego FUSE. En ese entonces, yo todavía era virgen, pero estaba bastante consciente sobre el sexo opuesto. Mi amigo, Tim, fue a la habitación de su hermano mayor a buscar otro control para conectarlo a la Xbox 360. Sin embargo, al volver, sostenía una bolsa grande y tenía en su rostro una sonrisa aún más grande.

Tim no era virgen. Supongo que se podría decir que “tuvo suerte”, pero apenas se acuerda porque estaba muy borracho cuando lo hizo. Por otro lado, su hermano estaba con una chica nueva cada vez que yo iba a su casa.

 

Tim volcó la bolsa sobre la mesa de la sala de estar y salieron tantos condones de la bolsa que algunos comenzaron a caerse de la mesa.

—¿Qué? ¡¿Quién necesita tantos?! —dije sorprendido.

—Amigo, yo voy a agarrar algunos.

—¡No! ¡Tu hermano te va a matar!

—¡Tiene tantos que ni se va a dar cuenta! De hecho, deberías agarrar uno. Tim me ofreció uno. En su mano tenía el envoltorio de plástico con el típico anillo que sobresale y que todos conocemos—. Agárralo, a menos que seas una niña.

—¿Qué? No, dámelo... —Extendí la mano y agarré el condón. Saqué mi billetera y lo metí adentro. ¿Qué estoy haciendo? ¡Mis papás ni siquiera me han hablado de sexo! Me sentí presionado a usar el condón, pero no tenía idea de cómo.

 

Durante toda la secundaria, me acuerdo del poder que sentía al saber que podía tener sexo en cualquier momento. ¿Por qué? ¡Porque tenía un condón! No me importaban las consecuencias, ni siquiera me afectaban, porque nunca nadie que me importara se detuvo a hablar conmigo de esto. De hecho, sentía que era buena idea usarlo. Mientras tuviera cuidado de no contagiarme nada, todo iba a estar bien. Protección, eso era lo que tenía.

 

Pero estaba equivocado.

 

Una chica, a quien no voy a nombrar, me enamoró. Hice todo por ella; le escribía seguido y la llamaba tarde. Después de la escuela, la acompañaba a su casa, luego volteaba y me volvía a la mía. Ella me importaba. Solía pensar: “Si pudiese usar el condón… lo usaría con ella”. Pero no lo hice. Al igual que las otras chicas de mi curso, se emborrachó y se entregó a otro.

 

Lo peor fue que yo estaba en la misma fiesta cuando ella “desapareció” con otro chico. Eso me destruyó. Ni siquiera pude mirarla por mucho tiempo; a él tampoco. Perdí el apetito y lloraba seguido.

 

A través de esa experiencia, me di cuenta de algo: el sexo es poderoso. Pensé que me las sabía todas por tener 85 gramos de goma y plástico en el bolsillo. Estaba equivocado. Sabía que quería ser un hombre que valorara el sexo. Llevé el condón a todos lados otro año más. Cuando llegó el momento de tirarlo, decidí guardarme para la mujer de mis sueños. Pero cuando por fin lo tiré, no sentí que me estuviera perdiendo algo. Al contrario, sentí que había descubierto mi verdadero yo: un hombre que no sentía la presión de perder la virginidad.