¿ACASO MERECES SER PERDONADO?

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EL PERDÓN RESTABLECE EL MODELO

Aprendí esto hace muchos años, cuando mis hijos eran adolescentes. Me enojé mucho con Kathy en frente de ellos y le falté el respeto. Una hora más tarde, pedí disculpas y ella me perdonó. Cuando me fui a dormir esa noche, me di cuenta repentinamente de que le había faltado el respeto a Kathy frente a mis hijos adolescentes. Por eso debía disculparme con ellos por ser un mal ejemplo de esposo, o si no, ellos crecerían pensando que mi comportamiento era correcto. Al día siguiente, los senté juntos en la sala, y les pedí a Kathy y a cada uno de mis hijos que me perdonasen.

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“Está bien, papá” dijeron, algo molestos de que hiciese tanto escándalo por esa situación. “Estás perdonado. ¿Ya podemos irnos?”, preguntaron.

“Pueden irse”, respondí. Estaba tan aliviado como ellos de que el tema estuviese saldado.

Una semana después, uno de nuestros niños entró a la cocina y comenzó a hablarle sarcásticamente a Kathy. Entré a la cocina y dije “No tienes permitido hablarle así a mi esposa.”

“¡Tú fuiste igual de insolente con mamá el otro día!”, me respondió.

“Sí”, continué, “pero tú me perdonaste. El perdón restablece el modelo. Cuando me perdonaste, renunciaste a tu derecho de actuar de la misma manera que yo lo hice, porque tu perdón me devolvió el lugar de honra. Yo me arrepentí. Arrepentirse significa que regresas al lugar más alto.”

“Lo siento, mamá. No debí hablarte de esa forma”, le dijo, humildemente.

“Te perdono, hijo”, respondió ella, y lo abrazó.

VIVE COMO SI NUNCA HUBIESES FALLADO

Si no entendemos este principio, cada momento en el que tocamos fondo, el peor error o la cosa más tonta que hayamos hecho se vuelve nuestra marca de agua. Por ejemplo: si fuimos inmorales en nuestra adolescencia y tenemos hijos adolescentes, no tendremos la seguridad para corregirlos cuando tomen malas decisiones sobre su vida sexual, porque nos fallamos a nosotros mismos alguna vez. Los errores por los que nos hemos arrepentido ya no son el estándar que debemos intentar alcanzar. Cuando le pedimos perdón a Dios y a aquellos que lastimamos, volvemos a situarnos en el lugar de altura que Dios nos asignó. La verdad es que el perdón restaura el estándar de pureza en nosotros y a través de nosotros.

¡Cuando te arrepientes, tienes permiso de vivir felizmente por siempre! Ese es el regalo que Dios te hace. Se llama misericordia y gracia. La misericordia significa que no recibes el castigo que te mereces, pero la gracia significa que sí recibes la gracia que no te has ganado. Todo esto fue pagado por Jesús cuando murió en la cruz. Él no solo murió por ti, si no como si hubieses sido tú. Por eso, ¡puedes vivir como si no hubieses fallado nunca!

EL DERECHO A SER SANADO

Hace unos años, estaba enseñando este principio en la YWAM (escuela de Jóvenes con Una Misión), cuando de repente, una chica joven y hermosa se levantó y gritó “¡Te equivocas!”. Luego se quedó parada, llorando.

“¿Por qué dices que estoy equivocado?”, le pregunté.

“Tengo una enfermedad venérea porque dormí con muchos hombres antes de conocer a Jesús”, dijo, entre lágrimas. “¿Cómo puedo vivir felizmente luego de eso? ¿Quién va a quererme ahora?”

“Cuando pediste perdón, recibiste el derecho de ser sanada de tus enfermedades”, respondí con seguridad.

“No me merezco ser sana, porque yo sabía que mi estilo de vida estaba mal mientras vivía en inmoralidad, pero lo hice de todas formas”, dijo, con voz despiadada.

“Jesús no murió por tus errores, si no por tus pecados”, le dije. “El pecado significa que fue a propósito. No puedes pecar por accidente, porque el pecado siempre es un problema del corazón. Los accidentes no son problemas de nuestro corazón porque no son cosas que intentaste hacer a propósito. Los accidentes no necesitan ser perdonados por Dios, si no solo lo que hiciste a propósito y necesita perdón de Dios. Es más, el profeta Isaías dijo que Jesús fue crucificado por nuestros pecados, pero que Él fue molido para que podamos ser sanados (Isaías 53:5). Jesús pagó el precio para que seamos perdonados y sanados. ¿Por qué deberíamos abstenernos de gozar de todo aquello por lo que Él pagó?”. “Además, ninguno de nosotros merece absolutamente nada de Dios, pero no obtenemos lo que merecemos, si no lo que Él se merece.”

Tras debatir un rato, ¡finalmente dejó que Dios la sane! ¡Él es asombroso!

Originalmente publicado en krisvallotton.com.